Pérdida y apego, por el Dr. David R. Hawkins

En su libro «Trascender los niveles de conciencia», el Dr. David R. Hawkins nos ilumina con su observación acerca de las pérdidas, el apego y la manera de soltarlas.

Al principio, una pérdida no es un suceso bien recibido porque nos altera y es emocionalmente intrusivo. La respuesta inicial puede muy bien ser de shock y resentimiento, e incluso de incredulidad. La tormenta emocional exige energía y atención en un momento en que nuestra energía está baja, y esto produce enfado. Lo que nos ayuda a procesar la crisis es enfocarnos en ciertas realidades internas y trascender sus limitaciones inherentes.

Cuando la pérdida es involuntaria e inesperada, hay enfado y resentimiento, así como temor a la pérdida de control. Cuando algo inesperado alterna nuestra vida también genera ansiedad por el reajuste forzado, que puede requerir decisiones importantes. Es bueno saber que la investigación espiritual indica que todo el sufrimiento y el dolor emocional son producto de la resistencia. Su cura es la rendición y la aceptación, que alivian el dolor.

Durante el proceso, se nota que el dolor emocional producido por la pérdida no es constante ni continuo, sino que viene en oleadas que pueden disminuir mediante una actitud consistente de no resistencia y entrega continua a Dios. Aunque uno tenga la ilusión de estar entregando la pérdida de una persona, objeto, deseo, objetivo o cualidad aparentemente esencial, en realidad uno está procesando el dolor producido por la alteración del apego; lo que uno está entregando solo es el propio apego. Una verdad básica de la que nos damos cuenta durante el proceso es que no hay una fuente de posibilidad posible y real fuera de uno mismo. En realidad, la pérdida saca a la superficie ilusiones prolongadas, junto con la oportunidad de que pierdan su dominancia en la psique. El ego tiene multitud de apegos a creencias, eslóganes, objetos, personas, títulos, dinero, comodidades, entretenimientos, muebles, regalos sentimentales y memorias de todo lo anterior. El ego/mente atesora lo temporal y transitorio porque lo valora como «especial» y, por lo tanto, lo ve como una «fuente» de felicidad.

Paradójicamente, la pérdida supone al mismo tiempo la libertad y la apertura de nuevas opciones. La pérdida ofrece adaptaciones y cualidades internas que representan oportunidades de crecimiento. La mente lamenta la situación y le gustaría deshacer el cambio y volver a la comodidad de las anteriores circunstancias, pero el crecimiento y el desarrollo evolutivo son insistentes. Por lo tanto, lo que produce resentimiento es tener que cambiar. El cambio puede ser una fuente de placer anticipatorio si es elegido, y una fuente de resentimiento si nos resistimos a él. Estamos apegados al presente y al futuro anticipado, así como al pasado. Todas estas posiciones son ilusorias porque nunca hay otro tiempo que el momento presente, y nadie experimenta nunca el pasado o el futuro, excepto en la imaginación y en los recuerdos. La única fuente de felicidad que tiene una base realista está en el presente, y lo que está en el presente no está sujeto a pérdida.

Todas las formas de pérdida son una confrontación con el ego y sus mecanismos de supervivencia. Todos los aspectos de la vida humana son transitorios; por lo tanto, apegarse a cualquiera de ellos acaba trayendo pena y pérdida. Sin embargo, cada incidente es una oportunidad de buscar dentro la fuente de vida, que siempre está presente, es inmutable, y no está sometido a pérdidas ni a las desvastaciones del tiempo.

La pena o pérdida, como cualquier situación estresante en la vida, pueden verse como valiosas oportunidades de crecimiento, y un período para reevaluar nuestros valores y objetivos. Con esta actitud es posible soltar todos los apegos, incluyendo los sistema de creencias, y experimentar la fuente de la felicidad que emana desde dentro.

El apego es el proceso por el que se produce el sufrimiento que conlleva la pérdida, independientemente de a qué se esté apegado, sea interno o externo, y tanto si es un objeto, como una relación, una cualidad social o ciertos aspectos de la vida física. El ego se perpetúa a sí mismo mediante su elaborada trama de programas, valores y sistemas de creencias. Así, van surgiendo necesidades que adquieren más energía a medida que las embellecemos y elaboramos, hasta el punto de fijarlas. La fuente del dolor no es el sistema de creencias en sí, sino nuestro apego a él y la inflación de su valor imaginario. El procesamiento interno de los apegos depende del ejercicio de la voluntad, que es la única que tiene el poder de deshacer el mecanismo de apego mediante el proceso de entrega y rendición. Dicho proceso puede ser experimentado subjetivamente o contextualizado como un sacrificio, aunque en realidad es una liberación. El dolor emocional de la pérdida surge del propio apego y no de lo que se ha perdido.

Al principio resulta difícil soltar los apegos y sistemas de creencias que han quedado reforzados socialmente mediante el acuerdo, como el apego a la riqueza, el éxito, la fama, la belleza y otros. Todos ellos representan un mismo concepto: algún tipo «añadido» a lo que «es» nos producirá una mayor felicidad. Además del proceso de apego, el otro mecanismo concomitante del ego es su creencia en «tener».

La investigación de la conciencia revela que los grados de felicidad declarados concuerdan con los niveles calibrados de consciencia* más que con las circunstancias externas. Cuando se llega al nivel 540, el porcentaje de individuos que se declaran felices se acerca al cien por cien.

(*) Escala de conicencia que puede encontrarse explicada en la mayoría de sus libros y utiliza el test muscular para sus mediciones.

Del Libro Trascender los niveles de conciencia, Dr. David R. Hawkins

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